Después, estuvimos paseando por la ciudad. Capri es un imbricado laberinto de callejuelas estrechas (menos de dos metros de anchura), con los edificios cubiertos de cal blanca, y escaparates de carísimas marcas. Todo en la isla es lujo, y todo tiene precios pensados para los bolsillos más exigentes.
Nuestro hotel tenía unas espectaculares vistas, y una terraza que aprovecharíamos esa noche para tomarnos algo de forma tranquila.
La mañana siguiente, 12 de octubre, la usamos para ir hasta la cercana localidad de Anacapri, donde, además de recorrer sus calles, entramos en la iglesia de San Michelle para admirar el mosaico que representa la Creación según la biblia.
Tras aquello, tocaba ir hasta el mar para subirnos en una barca y entrar en la Grotta Azzurra, punto turístico por excelencia de la isla. El azul del agua dentro de la cueva es simplemente espectacular.
Había pasado así la mañana, tocaba parar para comer, y, después, aprovechamos las escasas horas que nos quedaban en la isla para dar un paseo por la parte sur de la isla, viendo los conocidos "farallones", donde se han rodado anuncios y películas.
El viaje estaba ya llegando a su fin. Debíamos tomar un ferry que nos llevara a Nápoles de nuevo, donde llegamos ya de noche. Allí ya no tuvimos tiempo a ver nada más: al día siguiente nuestro avión despegaba muy temprano, por lo que tan sólo fuimos a cenar cerca del hotel antes de irnos a dormir unas pocas horas.
Legábamos a Madrid en la mañana del día 13 de octubre, cansados y con sueño, pero con unos recuerdos magníficos en nuestras memorias.
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